miércoles, agosto 23, 2006

El Mago Cojo

Vivió como un semidiós y murió como un indigente. Gracias al fútbol, el mundo supo de un chico con nombre de pájaro, que a pesar de sus limitaciones, llegó a ganarlo todo. Menos a él mismo. Esta es la historia de un crack, que logró que todo Brazil llorara frente a su ataúd, en el mismísimo Estadio Maracaná.

Cuando los once de la otra mitad no son capaces de botarte, sientes que la cancha te queda chica. A Garrincha nadie le quitó la pelota. Nadie supo. Nadie pudo. Antes de Nike, antes de las Total 90. Antes de la parafernalia. Antes de que el “jogo bonito” fuera una excusa para no marcar, Garrincha llevaba la pelotita. Un paso adelante y siempre amagando. Un toque al centro. El enganche hacia fuera. Todos cayeron. Uno a uno. Soviéticos y franceses. Los suecos en Goteborg. El técnico Feola en la banca.

Pero Garrincha también cayó. No pudo con las faldas ni con el trago y se desplomó un 20 de enero. Era 1983. Manoel Francisco dos Santos tenía 49 años, tres esposas, 13 hijos, 2 copas del mundo, problemas con Hacienda y su humanidad pasada de peso, sobre el concreto caliente de Rio.

Mané Garrincha era un jugador que avergonzaba a los centrales que salían a cortarlo. Los enfrentaba con displicencia. Los encaraba con desprecio. Se movía por la derecha. Giraba. Engañaba con pasos en falso. Aprendió a humillar al del frente y hacer que el público se riera de lo perfecto. Garrincha era un humorista que se tomaba venganza del mundo, por haberle recordado sus defectos. De los seis centímetros que le sacaba su pierna izquierda a su pierna derecha. De sus extremidades torcidas y la columna desviada. De todos los técnicos que no lo dejaron jugar.

Tuvo que gambetear. Esquivó las patadas en las favelas y el orgullo de Gentil Cardoso, en un entrenamiento de Botafogo. Tuvo que ser Garrincha, el pájaro más feo e inútil de Mato Grosso. El que hizo 232 goles y perdió sólo un partido con la verde amarelha. El que sacó los centros para Vavá. El que fue invencible con Pelé.

Por algo lo llamaron “La alegría del pueblo”. Con cada finta, con cada desborde, demostraba que un tipo flacuchento, de piernas chuecas y nacido en un país subdesarrollado, podía burlarse del mundo. Sólo necesitaba una pelota y alguien que quisiera detenerlo.

En Suecia el camarín pidió su nombre. En Chile se preguntaron, si podía ser éste su planeta. Fue el mejor jugador del mundo el ’62 y 21 años más tarde, el ser más débil sobre la tierra. Garrincha fue hombre. Tal vez demasiado. Porque fuera de la cancha, no había gambeta que pudiera hacerle el quite al destino. Los hombres que desafían las limitaciones de la vida y triunfan temprano, están condenados al aburrimiento. Y a las muertes más duras.

Cuando los once de la otra mitad no son capaces de botarte, sientes que la cancha te queda chica. A los 49 años, Garrincha lo había ganado todo y a todos. Menos a su propio mito. Pero no fue la cancha la que le quedó chica. Fue la misma puta vida.